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Los bellos eternos

Están en cualquier lugar, tienen diferentes formas, y no sabes cómo pero siempre los vas a reconocer. Se parecerán uno al otro, aunque no sepas en qué te harán suspirar y querrás mirarlos siempre. No todos se quedan en tu pupila, porque son suspiros, porque son efímeros, y se van y jamás los vuelves a ver. Los bellos eternos son para mirarse, para atravesarte el alma, para alterar un par de segundos del día y luego irse. Jamás te atrevas a acercarte a uno, porque no pertenecen aquí, y nunca van a encajar sus manos con las tuyas, son eternos, son efímeros. Jamás te atrevas a hablar con ellos, a mirarlos de cerca, a conocerlos, porque te harán daño. Los bellos eternos siempre siempre siempre siempre siempre siempre siempre siempre te harán daño. Así que déjalos pasar, admíralos, inundate de su esencia, de su voz o de sus palabras, y luego olvídalo. Verás muchos todo el tiempo, a veces todos los días en el mismo lugar, a veces también te mi

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La bruja se ha casado con el prestidigitador.

Bichitos azules

Los enfermos se recuerdan constantemente, aunque estén lejos del otro y algo les duela. Se encuentran en las calles bajo nombres diferentes y se besan las manos en la forma de bichitos azules.

El mejor refugio del mundo

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Sé que puedo  salvarnos, ocultarnos  en el mejor refugio del mundo. Puedo construirlo  en un día. Arreglarlo, colgarle cortinas, pintarle el techo, tejernos mantas y guardarnos en ellas. Puedo encender el fuego, preparar té, hacernos  una cama. Sé que puedo cuidarnos, construir  el mejor refugio del mundo, y dormir en invierno a tu lado. Puedo poner  flores en todas partes, y una alfombra para andar descalzos. Puedo hacernos un espacio en la tierra, encender el fuego, las cortinas, el techo, y las mantas. Sé que puedo  incendiar el mejor refugio del mundo cada columna, muro, lámpara, hasta los cimientos. Y entonces, sólo entonces, salvarnos.

Vacío

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I En la oscuridad todas las caras son parecidas, y me recuerdo al vacío de una casa sin muebles, ecos retorcidos, pintura fresca, yo primera y la inexistencia, somos implantes, carencias. No existo. No existo. No existo. II En la oscuridad somos mejores defectos, y puedo verle a los ojos en cualquier mundo, espejos traslucidos, luz amarilla, yo primera extirpándome los huecos, Yo y el amor complejo calados de noche somos vacío, dedos rotos, ridículo y todas las caras irreconocibles, y no existo. III No existo. No existo. No existimos. En la oscuridad somos humanos de dieciséis segundos, astros inútiles, trastos. Me recuerdo completamente a la nada y quererle se parece más al sonido del abismo océano.

El reino de las personas basura

Era una vez un reino maldito por la miseria, lleno de personas basura que querían, por alguna extraña razón, convertirse en héroes. “Los héroes no matan por placer” les dijo una vez un dragón, cuando supo de sus anhelos. Entonces las personas, sin más, decidieron matar al dragón, prometiéndose antes no sentir placer alguno al hacerlo.

Los abominables

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Después de tanto tiempo, los seres más inmensos del mundo se dijeron por fin que se amaban con todo su ser, y se sintieron tan pequeños cuando nada pasó después. Se hubieran entrelazado las bocas, besado las manos y acariciado los ojos infinitos durante un millón de eternidades, y a partir de ese momento hubiera nacido el universo. Pero nada pasó. Nunca la ausencia de cuerpo los había hecho tan abominables.

A veces te

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Amigo, a veces nos extraño vueltos luciérnagas en la oscuridad de las sábanas cargando nuestras manos nerviosas encontrados a una luna de distancia, sabiéndonos estrellas. Teniéndonos enfermos de estar no teniéndonos. Amor, a veces te amo microscópicamente, hasta el infinito y obligado, a veces, a extrañarnos.

Luz pura

El eterno se crea a la mitad del invierno, encerrado en una habitación con la más inmensa soledad. Se queda en cama uno o diez días, mientras le crece la barba y hasta que una mañana la luz del sol entra por la ventana, lo suficientemente espléndida como para despertarle, blanca como no la hay en ninguna otra estación. Le toca la piel, los ojos, las uñas, y lo desnuda completamente. Las sábanas se resbalan como agua, mientras despacio, sujeto por el vacío desde la pelvis, su cuerpo se despide de la gravedad y flota en el aire a la mitad de una habitación vacía, intentando respirar.  Ahí arriba todo es diferente: las extremidades colgando con la gracia que jamás un mortal podría andar, la belleza expuesta por primera vez en una vida, el infinito silencio. Por dentro, los pulmones se comprimen, el corazón se acelera, su garganta seca se abre y se cierra como la de un pez fuera del agua y todos los músculos del cuerpo duelen como si se quemaran. Ahí arriba el cuerpo agoniza y se despre
Un cuchillo en la boca me alcanza las viseras, corrompe al amor imaginario y acaricia el umbral de nuestro único ser entre la redención  y el exterminio.
Era una vez una estalagmita y una estalactita que estaban irremediablemente enamoradas, así que esperaron un millón de años para poder tocarse.
Dos destruimos la ciudad con fuego. Nos besamos después para destruirnos con algo peor.

Hiperposibles

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Termínome en tus manos de humo, completa principio mío, interrible, colecciono te hasta la sintomatía del amor complejo.  Créome inexplicable, inexistente, de ti terminante principio, desgarrándote hiperbesándote, e indivisibles, nos sintetizamos. Hacemos nos, entrañas, sinfinal mío, antitangible. Nos habemos tan imposibles, tan híperposibles. Somos hasta la corrupción  completamente nuestros.

Esta noche

Te regalo mi hombro esta noche, y todas las que me quedan, para que llores, duermas, y sanes todas tus heridas. Te regalo mi hombro, para que tal vez, en una mañana fría, despiertes con ganas de besarlo.

Nos somos

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Respirábamos azules todos, y yo pensándote, en cada parte,  de la boca al ombligo, del ombligo al alma, del alma al tacto, del tacto al verso, como me eres. Y yo del silencio vulgar, azul toda, fingiendo que no te pensaba, que estoy del verso a la nada,  cuando de la nada al verso,  del verso a tu boca y de tu boca al sol te soy.

Nada

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Hubo una vez en la que me descuidé las clavículas y éstas desaparecieron. Me crecieron ramitas en su lugar, y de las ramitas salían flores, y de las flores, que parecían las más bonitas del mundo, naciéronme frutas atroces. Olían a nada, sabían a nada, se sentían como nada, pero mordían. Me sacaron sangre muchas veces, de la cara y las manos, y no sabía como quitármelas de encima. Me dolía siempre: toda esa nada comiéndome la piel hasta dejarme desnuda, en los huesos, y luego hueca. Luego hecha de nada. Hubo una vez en la que me descuidé las clavículas y me convertí en nada, y no quiero siquiera imaginar lo que hubiera podido ocurrirme de haber descuidado los huesos de las caderas.

Un ángel descompuesto

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Los dedos de Elba le despertaron, recorriéndole la cara tímidamente: ojos, sienes, mejillas y boca. Como besos. —Ángel, luces como un muerto —Susurró dolida. El ángel abrió los ojos, encontró los de Elba, se encontró en ellos pálido y tembloroso. "Los muertos no tiemblan" quiso decirle, "no estoy muerto". Pero estaba descompuesto y no le quedaba suficiente voz. Quería sonreírle, confortarla. Quería, pero él era sólo un ángel. Elba encontró en los ojos del ángel lágrimas y monstruos, como los de un vivo. Quería salvarlo, y también, secretamente, quería ponerle un beso en la piel. En vez de eso, pensando que era lo único que podía hacer y olvidándose por varios eternos segundos de que él era un ángel, se inclinó sobre su cuerpo frágil y arrodillado, para rodearle la espalda con los brazos. Sintió el calor de su aliento en el cabello, el peso de su barbilla contra su hombro, el tacto suave de su piel desnuda... Las alas. —Ángel, tus alas... Las alas, viejas, ennegrecid
Te erizas me encuentro y donde tu lengua brilla sabemos que no. No nos hemos quedado.

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Me sabe la boca a barro, regreso a casa temblando, otra sangre que me quema las rodillas otros besos se retuercen debajo del colchón.

Alimañas

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Éramos un par de perfectos ataúdes de madera reluciente, cubiertos de flores y de huellas dactilares. Éramos un par de perfectos ataúdes acojinados, incómodos, llenos de carne sacada del congelador. Éramos un par de perfectos ataúdes de espectros, sin alma, con los huecos rellenos de oro. Éramos un par de perfectos ataúdes hasta que me llené de arañas, gusanos, paja, y me arrojaron al pantano por las asas plateadas. Éramos un par de perfectos ataúdes, y dejamos de ser cuando me oxidé, me cubrí de bichos, de moho,  de pájaros carnívoros, de peces. Éramos un par de perfectos ataúdes, pero me hice añicos en el agua, me hice entera, caótica, viviente, me hice balsa de alimañas.

V

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Amo inexplicablemente, ligero, perpetuo y paciente; amo te, sin principios, niño insensato.

IV

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Amo te. Tus tejidos, mucosa, vísceras, y el mal de todo lo que respiras.

III

Te hago un hueco en la noche, te fantaseo, te quiero, de lejos, mientras hablamos dormidos.

II

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Invento invisible, indivisible, inservible. ˙ɹoɯɐ

I

Estamos abrazados como el amor a lo inverso: sin extremidades.

El hombre sin alma y su pez imaginario

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Fue al cirujano con su única moneda, y mientras se desangraba de hombro a hombro le pidió: "un alma vieja, por favor, que la mía se ha hecho pedazos". El cirujano le dijo que de necesitar un alma vieja habría llevado más de una moneda. "Lo que sea, lo que sea. Con una nueva tendré". Y el cirujano sacó de su cajón un alma nueva, delgadita y brillante, y tan frágil a la vista. "Se romperá de nuevo, no vale la pena". "Yo la cuidaré bien". El cirujano aceptó, y le quitó los pedazos y la sangre, y le puso el alma nueva en su lugar. Lo dejó dormir hasta que se recuperó.  Cuando se sintió bien con su alma nueva quizo volver a casa, pero a mitad del camino sintió frío en los huesos y recordó "no he traído ninguna manta". Como iba andando no se pudo resguardar, y a las pocas horas enfermó. "Sólo es un resfriado, nada le va a pasar" dijo el doctor. Le recetó escribir un poema, o dos, o los que le vinieran a la cabeza, y eso fue lo que h

Etérea

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De ironía tengo llenas  las manos, y las hundo en mi cuerpo animal, y con ellas me creo  un universo un atajo, un quejido abismal. Mítico, resuelto encuentro en la madrugada. De ironía tengo llenas las manos, e ironía me compone ahogada de trucos baratos, incrustada  en el hipotético celestial.

R o j a

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desnuda, roja. vestidos largos, vestidos cortos. llagas en las manos, sangre bajo la ropa, cabello largo, cabello corto. cabello enredado. maniática, plena. plegarias largas, plegarias cortas, pulso sobre una daga, veneno en la sopa. plegarias vanas, plegarias obscenas, guijarros en las rodillas, una boca sucia, roja, hecha trizas. roja. silencios largos, silencios cortos. vestida de sol, sinfonía. bajo el agua, hecha. noches largas, noches cortas, besos en los ojos, un cuerpo ajeno bajo la falda. noches frías, noches olvidadas, noches que no existen, llanto junto a la boca. alma impura, verde, amarilla. ahogada, desnuda de piel, de infinitas formas, contemplada, existente, soy en todas partes, de cualquier color, primera, ajena, incompleta, pero sobre todo r o j a.

La puta que vive bajo tierra

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Soy salvaje, asustada y santa bajo tierra y en el culo del abismo. Soy de hierro, de cantos, de cera y de hombres dormidos. Soy madera de balsa, soy casa, soy lluvia bajo el sol y en un millón de eternidades. Soy terrible, indiscreta, alabada y santa; soy ruido soy resaca soy los verbos y la nada. Soy y siempre soy; soy lo que viene, sirena cálida, resentida y santa. Soy tanta  de carne flores y mantos; soy la puta santa que vive bajo tierra.

Dos de silencio

Comemos silencio soñamos silencio anhelamos silencio y cuando nos vamos: silencio. Y nos decimos que somos reales y que nuestra mera existencia apacigua el sonido, y nos mentimos como si fuera realidad absoluta que existimos y que nos puede reparar el silencio cuando ni vacío ni cuerpo se nos va la vida creyendo cayendo callando y lo único absoluto (además de el yo) es que no existe ni un poco (ni cuando termina el lamento ni cuando se mueren los poemas, ni cuando cruzamos las almas, nos quedamos mirando y nos ignoramos) no existe no existe tal cosa llamada "silencio".
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Los labios se hunden siempre en el mismo lugar. Por arriba, donde se juntan tímidamente como un par de peces amodorrados. Por abajo, como los huecos de la luna, escondidos. Siempre en el mismo lugar, cuando están secos y necesitan que se les posen las mariposas y los reflejos del jarabe para la tos.

Hijos de nadie

Salimos de casa tan huecos, tan absurdos, hijos de nadie,  con las manos podridas y los ojos recién nacidos. Salimos de casa nos hacemos ríos nos pedimos flores. Aguantamos  con los dientes rotos la garganta enredada, las rodillas verdes, los cuerpos burdos. Salimos de casa, tan ausentes, tan locos, hijos de nadie, con la muerte detrás de la lengua; hijos de dioses, que repudian la eternidad. Y salimos de casa,  nos hacemos ríos, nos pedimos flores, y nos consumimos en flores y en ríos.
Con las ropas sueltas, sueltas el último adiós furtivo y te dejas la luna en la cara y las muñecas claras, tersas y en las muñecas marcas, marcas de la sed de tu dios mendigo.

Ropa de nadie

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I Si venimos, vas y si nos vamos nos morimos de terror. Mientras te vas bebemos, y nos beben, y nos quitan la ropa Se comen el aire vienen y nos morimos de terror. Y te vas y no me encuentro  y no puedo beber. No puedo, no puedo No puedo romper  mi vestido. No puedo bailar descalza. No puedo irme No puedo pasarme el cepillo. II Y si vienes, voy y si me voy no me encuentro, y si te vas nos morimos de terror.

El enfermo

Se llevaron al niño a las tres  de la mañana , dormido, metido en una fea carroza para que nadie supiera quién, de dónde o a dónde viajaba.  A las cuatro de la tarde uno de los perros del rey había metido la cabeza por el hueco de la conejera, alcanzando con los dientes al animalillo más blanco de todos. La paja en el suelo estaba brillante de rojo cuando el conejero se dio cuenta. Le dijo al rey en la audiencia de las cinco de la tarde. No recibió respuesta, ni un resoplido, ni la acostumbrada cabezada que daba por terminada la audiencia. A las diez de la mañana el niño despertó. Rezó como todos los días, comió como todos los días, salió a los jardines como todos los días. No había sudores ni rastro de su frecuente dolor. A las siete de la mañana el rey visitó a su hijo, que balbuceaba aún en sueños, enredado entre las sábanas. Lo miró con cuidado y se dijo que esa criatura de mejillas hundidas sería quien al final del camino tomaría su lugar en el trono, comería de su lado de la mesa

Cuerda

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Impío en lo profundo, de tu creación y tus brotes redondas, me dejo las uñas y, como sueño al mundo me provoco arcadas me curo, me dejo, broto. A lado de un vivo, sobre las muelas, bajo los riñones,  florecen los críos que mueren  de frío y se pierden, y te pierdo, y yo como sueño al mundo me provoco arcadas. Fluyo, fluyo desde mi creación, desde la tierra, y me dejo la boca con la boca del universo. Y como un cuerdo te enredo te respiro, desde la luz de tu rebrote fiambre. Y yo  insano, frágil, sueño al mundo: aberración y como sueño al mundo me provoco arcadas.

A un eterno

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Bello eterno bravo, ojos, todo fiero. Y caos, y silencio, y el bello eterno brujo y su silencio, sus pupilas pacientes y su silencio y su distancia la sinfonía de la suerte. Bello, eterno suave, gris, todo invierno. Abraza abrasa, muerde y su silencio y su voz toda espuma. y su tez, y el verano todo adiós, todo humano. Y él bello eterno claro, amorfo, alto tan alto tan eterno tan silencioso.

Sangre en tu nombre

El mundo estaba en llamas. Las casitas de madera caían a pedazos, los animales corrían asustados lejos del fuego y la gente peleaba, gritaba, moría con una espada plateada atravesándole el pecho. Era un ejército contra una pequeña aldea, era el miedo más despiadado de los humanos contra brujos inocentes. Eran inocentes, pero Lazarus no se atrevió a decirlo ante su perdido y cobarde emperador, quien había enviado a todos sus soldados a saquear la aldea y asesinar con su propio acero a casi un centenar de personas. Eran inocentes, salvo uno de ellos. Tenía ojos verdes, bravos, llenos de culpa cuando salir de entre los escombros se encontraron con los negros y crueles de Daniel Lazarus. Era una mujer muy menuda, hermosa, con ropas sucias, y llevaba en los brazos el cuerpo de una niña. “Lazarus…”  Suplicó clavando las rodillas en el suelo. Lloraba. Él se arrodilló a su lado y en ese momento pensó que era la criatura más bella en el mundo. Le acarició el rostro, con los pulgar