El hombre sin alma y su pez imaginario

Fue al cirujano con su única moneda, y mientras se desangraba de hombro a hombro le pidió: "un alma vieja, por favor, que la mía se ha hecho pedazos". El cirujano le dijo que de necesitar un alma vieja habría llevado más de una moneda. "Lo que sea, lo que sea. Con una nueva tendré". Y el cirujano sacó de su cajón un alma nueva, delgadita y brillante, y tan frágil a la vista. "Se romperá de nuevo, no vale la pena". "Yo la cuidaré bien". El cirujano aceptó, y le quitó los pedazos y la sangre, y le puso el alma nueva en su lugar. Lo dejó dormir hasta que se recuperó. 

Cuando se sintió bien con su alma nueva quizo volver a casa, pero a mitad del camino sintió frío en los huesos y recordó "no he traído ninguna manta". Como iba andando no se pudo resguardar, y a las pocas horas enfermó. "Sólo es un resfriado, nada le va a pasar" dijo el doctor. Le recetó escribir un poema, o dos, o los que le vinieran a la cabeza, y eso fue lo que hizo. Pero como tenía un alma nueva y no sabía sobre qué escribir, se inventó lo que no existía y le escribió como loco. A la luz de una vela imaginaria, a una enfermedad imaginaria, a un pez imaginario, un amigo imaginario, al amor imaginario... 

Fue el pez imaginario el que le rompió de nuevo el alma, y le hizo pensar que estaba bien, porque los peces nadan y él podía nadar hasta con el cirujano. Hubiera ido nadando, se hubiera hecho amigo del pez y por una vez sería completamente real. Pero no, esta vez no tenía siquiera una moneda para intentar reparar el daño, sólo un montón de poemas falsos que nadie iba nunca iba a leer.