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Distancia

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Tú allá. Con la vista en el cielo, el alma en las estrellas. Y yo aquí. Con la mano en tu pecho, dentro, muy dentro. Con tu corazón estrujado entre mis dedos.
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El invierno cae así como todas las hojas, sólo el viento que las lleva sabe a donde pararán. Ojalá algún día pudiese saber a donde se fue tu voz, porque te marchaste tan de prisa que a penas descubro tu ausencia. Y mientras te pierdes en la tierra, mientras reprimo suspiros, me puedo dar cuenta que las calles ya no huelen a flores, -Pero en realidad -pienso- ¿cuándo lo hicieron? "Una vez, una sola, dulcemente amoroso, en mi brazo tu brazo se apoyó. (De mi alma el fondo tenebroso guarda el pálido trazo.)" Mis manos se mecen sobre mis piernas, ansiosas, como si tuvieran que aferrarse a algo, algo que es tan sólido como tus manos. No eres la primera persona que se va, mis ojos están ya bien acostumbrados al llanto. Leeré las viejas cartas, acariciaré recuerdos y dejaré que mis silencios sangren, porque solo así se alivian las pérdidas.  Miro hacía arriba, porque el suelo, que es gris como mi alma, ya no me dice nada. Un arbol protege mi cabeza, tan seco y triste que

Poesía triste

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El calor que me abraza las rodillas,   las frágiles miradas, y el tacto distante de una sonata. Solo eso siento, solo eso muestro. Aquellos gestos, aquellas luces, que atraviesan las sombras, las campanas goteantes, que dejan caminos de sangre vibrante. No hay muertos, no por la mañana. Solo un dejo de luz entre los ojos agrietados, las manos doradas, las rosas que crecen amarillas entre las plantas de los pies. -Sin esperarlo resuena sobre el silencio no tan amigo, un suspiro, en mi abrigo escondido- A la distancia, cuando los pasos dejan de resonar, el viento silencia a las luces, al lastímero maullar de la hojarasca en el suelo. Por lo bajo, siento solo una caricia, y las voces, que corriesen como un rio quebrantan las rocas, las hieren, o tal vez tan solo las matan. Entre tus tibias pestañas, se encuentran luciérnagas blancas, abrazos y hielo. Desdeñan el rostro, cantan luz de luna y tocan la viola. -De nuevo a mi llega el cantar de un alma cansada más triste,

Sobre tu tumba.

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Bajo el cielo violeta que mis sollozos cubriera, juraré sobre tu tumba -y muy a pesar del filo de mis pálidas lágrimas- que nunca en mi ansia volvería a mirar las estrellas. Sin suspiros condenados, ni rebuzcados silencios presos de mi garganta, a la espera de un roce de la mañana su frío para el calor de tus manos que ya no escriben, ni besan. -y mis dientes desgarran mis labios así como las alegrías muertas, vacías que a mi alma harán sin piedad- Bajo el cielo negruzco donde pasara mi voz, mis últimas sinfonías, juraré sobre tu tumba que ahí reposará la mía y que tu mano fría será el escrito de la mía tibia.

Serena.

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Que ojos dulces, perezosos, a gritos piden no faltar, llevan llantos silenciosos, ¡oh! ven temprana soledad. Ah, que cual rosa marchita, presa sola en su libertad, finge en vano que no grita, que retoza en serenidad.

Sin dedicatoria

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No escribiré, no a tus ojos, no a esas lunas ocultas que jamás firmemente he saboreado. No a tus manos, no por blancas, porque nunca han incendiado un parpadeo. No a tu boca, no a ese camino helado que quebrara mis llantos, con su roja noche. No a tu maldito cuerpo, porque es de humo, y cega, y tortura. No a nada y a todo, no a las pestañas brillantes, humeantes, de un desconocido.