Un ángel descompuesto

Los dedos de Elba le despertaron, recorriéndole la cara tímidamente: ojos, sienes, mejillas y boca. Como besos.
—Ángel, luces como un muerto —Susurró dolida.
El ángel abrió los ojos, encontró los de Elba, se encontró en ellos pálido y tembloroso. "Los muertos no tiemblan" quiso decirle, "no estoy muerto". Pero estaba descompuesto y no le quedaba suficiente voz. Quería sonreírle, confortarla.
Quería, pero él era sólo un ángel.
Elba encontró en los ojos del ángel lágrimas y monstruos, como los de un vivo. Quería salvarlo, y también, secretamente, quería ponerle un beso en la piel. En vez de eso, pensando que era lo único que podía hacer y olvidándose por varios eternos segundos de que él era un ángel, se inclinó sobre su cuerpo frágil y arrodillado, para rodearle la espalda con los brazos.
Sintió el calor de su aliento en el cabello, el peso de su barbilla contra su hombro, el tacto suave de su piel desnuda... Las alas.
—Ángel, tus alas...
Las alas, viejas, ennegrecidas por la herrumbre, se cayeron pluma a pluma sobre el pavimento y sonaron huecas como campanillas. Elba se estremeció. 
"No estoy muerto" quiso el ángel decirle al oído, "soy como un vivo". 
Quiso, pero él no era nada más.
Y como el sol al atardecer ambos se hicieron calor antes de desaparecer para dejarse oscuridad, se estrujaron el alma, se enfermaron. El ángel se detuvo en pedazos, parte por parte, engranaje por engranaje. Después de varios eternos segundos ella sintió por fin el peso completo recargado en su cuerpo, el peso desprovisto de alma de la maquinaria metálica, oxidada. Pero no lo soltó, ni cuando sus brazos se entumecieron, ni cuando la lluvia le borró las lágrimas de la cara, ni cuando descubrió en el agua del suelo que sus manos estaban sangrando. Jamás lo soltó.
Y nunca nadie como ella se hizo tanto daño por olvidarse de que había estado abrazando sólo a un ángel. Un ángel descompuesto y nada más.