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Mostrando entradas de 2015

Oscuridad

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Cuando vuelva oscuridad y la sangre nos consuma, y la noche no nos deje respirar, cuando vuelva oscuridad y vea el café de tus ojos muerto donde antes estaba la luna dejaré que las flechas  atraviesen mi garganta, rezaré al mismo silencio, sangraré, miraré hacia ese lugar donde nuestras almas se unieron y alguna vez pudimos evitar compartir el mismo final.

Una estrella a la que nunca le lloraron

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Alma suya dónde el cielo se cernía cuyos sus ojos infinitos le surcaron en la niebla de su cuerpo la ironía cuando noche sobre un sauce la besaron. Como un vals que trabajara melodía sobre el cielo tintineante la dejaron sola, triste, blanca, vieja, en agonía una estrella a la que nunca le lloraron. Era dulce, como la melancolía, mas sin versos no muy pocos le adularon. desde el astro de sus labios se cernía un lugar del que los dioses renegaron. Fue en el mar donde su cuerpo curaría cada rezo en el silencio que ignoraron cada huella, cada beso en su abadía, cuando noche bajo un sauce la violaron.
Su boca en la boca de aquél con las alas azules.
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Fuego al alma, flores al río. En mi altar la boca de un desconocido.

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Ven, tropieza corrompe el féretro de mi jardín. Besa mis flores, hazlas sangrar. Delata mis llantos  si prescindo de recordar cuando vivo te amaba y muerto  buscaba bajo mis venas el infinito vano  de la tristeza y el color carmín.

Sin respuesta

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I Me pregunto cuántas veces  dejó tañer  ese maldito reloj despertador. Me pregunto si estuvo  el tiempo suficiente, si corrió a la habitación si encontró la alarma encendida si lo supo al instante. Me pregunto si lloró. Me pregunto cuantas veces tuvo que escuchar  horrible, interminable  el sonido de cada mañana, para darse cuenta de que nunca había podido  saber como terminaba. II Apagas el ruido. Te lavas los dientes. No demoras en vestir ni cinco minutos. Yo lo hubiera sabido. Me pregunto cuántas veces  dejé de verte, y cuántas veces me he quedado. Me pregunto  si yo hubiese llorado.
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Un ardor constante en el pecho, rodillas frágiles, manos temblorosas, los latidos del corazón cada vez más lentos. Ya eran sensaciones habituales. Esa tarde, sin embargo, las mariposas en su estómago se volvieron en su contra, y todo aquello que había experimentado desde hacía cuatro días dio con el límite y la tumbó en la cama a llorar. Después de varios minutos, de lágrimas y arcadas, dejó de respirar. Sus ojos se apagaron, sus labios temblaron una última vez. Despacio, mientras se iba, comprendió que nunca fueron síntomas de amor, sino de un lento envenenamiento.
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Si la muerte se esfumare y te volvieras eterno aunque no pueda verte ¿Me arriesgaría?
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Como cuando un pulso  se ata  a otro más frío, y la piel comienza a cosquillear; como cuando el silencio  se vuelve un voto un rezo pagano, ciego,  criminal; como cuando un beso  se guarda arde muere  en un desierto  cualquiera; como cuando las almas  se abrazan se cortan y se amargan en la boca como el sabor de la sangre; como cuando un crimen  se ata a otro y otro y entonces deja de importar; exhalo, después de todo, mi primer adiós.

Por tantas vidas

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Existió una vez, sólo una vez y para siempre, un amor tan abrazado a la tristeza que terminó por entristecer.  La noche se enamoró del sol. De su sonido, de su calor, de su eterna mirada y sus besos a la distancia.  El sol, ¿quién sabe? Quizá también se enamoró.  Pero no estaban destinados a ser, porque el uno sin el otro existían en el eterno dolor de no poder existir el uno con el otro. Mañana tras mañana, por un pequeño instante, los amantes se tocaban. Pero, al primer roce, ella tenía que morir. El sol sufría, aceptando por tantas vidas un ligero contacto que significaba todo, que coloreaba de rosa la herida de la noche. La noche sufría, llevando consigo por tantas vidas una llaga sobre su piel que sólo podía significar un beso más de aquel que tanto amaba.  Ella siempre volvía, tomando el sufrimiento que todo contacto significaba, muriendo una vez más sólo para sentir cerca al amor otro segundo.  Ella sabía que siempre volvería, él sabía que siempre estaría ahí.  Se habían enamora
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Soy eterno cielo y de una estrella su voz. Noche, una. Soy eterno resplandor. Soy mi boca en tu poesía, soy la poesía de tu adiós, y de día  de día, dos.

El fantasma de un ángel hecho de luz de sol

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En el tren subterráneo de Londres, cerca de una estación que presagiaba fortuna, el joven de ojos estrellados conoció el amor. Era una chica menuda, de ojos castaños y una mata de cabello rebelde del mismo color. Tenía una caja de cartón sobre las piernas, de donde sacaba con nerviosismo pedacitos de pan azucarado que no se llevaba a la boca. A pesar de sus ojos tristes, la muchacha irradiaba luz como nunca había hecho el sol, con un fuego tan sólido que casi podía olfatearse. Él apenas podía creer la manera en la que el ángel le arrancaba el aliento y podía pasar tan desapercibido para el resto del mundo. El tiempo pudo haberse detenido, pero no lo hizo. Y no fue hasta atravesar un par de estaciones cuando el silencio cobró sentido, cuando los ojos de estrellas, que tantas eternidades esperaron, fueron por fin besados por el infinito calor de los ojos soleados a un asiento de distancia. Ella sonrió, pero no demasiado, antes de levantarse y desaparecer a penas se abrieran las puerta