Un ardor constante en el pecho, rodillas frágiles, manos temblorosas, los latidos del corazón cada vez más lentos. Ya eran sensaciones habituales.
Esa tarde, sin embargo, las mariposas en su estómago se volvieron en su contra, y todo aquello que había experimentado desde hacía cuatro días dio con el límite y la tumbó en la cama a llorar.
Después de varios minutos, de lágrimas y arcadas, dejó de respirar.
Sus ojos se apagaron, sus labios temblaron una última vez. Despacio, mientras se iba, comprendió que nunca fueron síntomas de amor, sino de un lento envenenamiento.