Aunque teníamos dos años de conocernos, fue hasta ayer que descubrí que le quería. Ocurrió durante la noche, mientras lo dejaba llorar sobre mi hombro y escuchábamos Cigarettes after Sex unidos por los mismos audífonos. Recuerdo que le peinaba el cabello con los dedos, mientras intentaba reunir el valor de pedirle bailar.
Estábamos borrachos, cansados, muy frágiles, y después de un par de horas, no recuerdo cómo, nos quedamos dormidos. 
Nunca bailamos. Tampoco llegué a saber por qué lloraba. Jamás, en toda la noche, dijo una palabra, y yo no me atreví a deshacer el silencio. Ni siquiera a la mañana siguiente, cuando le vi dejar la cama y desaparecer por la puerta de entrada.

"Perdón por el desastre. No espero compensar nada" decía la nota que encontré en la mesita de noche minutos después, a lado de dos mil quinientos pesos. Los conté, más por costumbre que otra cosa. Dos mil quinientos pesos. Por el desastre.

Miré en la habitación por un largo rato, cruda y somnolienta. Todo estaba en su lugar. Todo excepto mis calcetines en el suelo y la papelera a rebosar. Todo excepto la repentina certeza: le quería. Y el vomito, que vino enseguida. 

Lo saqué todo, sobre la alfombra. Todo. El vodka, la mitad de mi estómago, el maldito cariño repentino que no debía de haber estado sintiendo.

Casi todo.