El cuerpo recuerda.
El atardecer enumera las partes donde ya no duele.
El atardecer dura dieciséis segundos y los ojos hundidos ya no son negociables.
Las calles entre los huesos se llenan de sal
y saben a milagros cada vez que se sacuden.

En las ventanas dejamos huellas dactilares y recuerdos plásticos,
manos tejidas con agujas eléctricas,
ojos oscuros que atraviesan el vacío...
El cuerpo recuerda.
Aunque se llene de gusanos y cambie la llave de la puerta de entrada.
El cuerpo recuerda,
yo 

anochezco.

Viajo 
como viajan los arboles a través del desierto,
me veo las entrañas y les encuentro colores magníficos.

No hay más luces cálidas después de las siete:
como pájaros se van a dormir
y dejan las calles desiertas.
El cuerpo recuerda y no tengo más que fantasmas enmarcados.
Pero yo recuerdo poco,
muy poco.