Mis dedos son gotas de lluvia,
cantos ahogados,
aleteos monótonos:
pájaros tristes
en el nexo entre mi rostro
y la nada.

Mis dedos son naturaleza muerta,
las teclas de un piano inservible,
las cuerdas, las piezas mohosas,
los secretos.
Lo que se queda mudo detrás de una ventana.

Mis dedos son arena en una tormenta,
bajo los pies:
un monólogo absurdo e interminable,
un susurro
que reduce el sueño a una nada.

Mis dedos cantan por encima de tus labios,
y le encuentran poemas a todos los espacios,
recuerdos azules,
alarma,
mis dedos no son más que una imitación de la ceguera.

Mis dedos
son los seres más torpes
y raros
que guarda el final de mi cuerpo,
y no se parecen
a los tuyos.

Mis dedos no se parecen a los tuyos
pero si lo hicieran
aunque fuera un poco
dejarían de ser extraños visitantes,
de teclear silencios,
de secar mares en unos ojos cansados,
de ser pedazos amorfos de un ser intangible,
de tartamudear canciones que no conocen,
para enredarse en mi cabello
y venir
a arrullarme
todas las noches.