No he intentado padecer
de tu sol, la bruma
o del simple encanto de mi ausencia.

La espera no es paz.
Y el tiempo no adecúa mi soberbia.
Sólo ilumina -en el frío- nuestro silencio.

Esa luz
-que eres tú- como daga
que a puñados me hiere,
que a mi cielo desgarra
de ser, presume,
donde llevo mi fe, mi llanto y mi piel.

He osado -lo admito-
de morir
con tu tez en mis ojos.

He osado morir
de un sólo recuerdo.

El tuyo.